El acuerdo entre el régimen de Irán y Arabia Saudí se cerró a vísperas del comienzo del Ramadán, un periodo de paréntesis donde se practica la reflexión y se ejerce la voluntad de alejarse del pecado. La relación entre religión y política es una constante entre ambos países: son los mayores exponentes del islam político en la región. Tras más de siete años los Estados han decidido darse una nueva oportunidad: el éxito lo marcará la voluntad de las partes.
Sin embargo, más allá del simbolismo religioso, la política manda. Para comprender este paso es fundamental apreciar el contexto, el calendario y los actores involucrados. La diplomacia es un arte donde se deben tomar decisiones rápidas, esto es, minimizar posibles consecuencias más allá de aspirar al éxito. En un contexto de sobre exposición informativa y reconfiguración mundial los líderes deben decidir rápidamente para no quedarse rezagados. Es la única forma de poder tener alguna opción de influir en un tablero político cada vez más competitivo. La clave pasa por dar pasos hacia delante y no verse forzado a que otros los tomen. Bajo esta lógica podemos entender el paso de Irán y Arabia Saudí.
Todo analista debe analizar los cambios políticos atendiendo al calendario. Desde este verano, China y Rusia han dominado la agenda regional. Ambos países han intensificado su acción diplomática con Irán y Arabia Saudí. Por un lado, Irán y Rusia han cerrado acuerdos estratégicos durante 2022. Es más, Vladimir Putin llegó a visitar Teherán el pasado verano, mientras que el presidente de la República Islámica, Ebrahim Raisí visitó China en febrero. No olvidemos que en 2021, Irán y China alcanzaron un acuerdo de cooperación estratégica de 25 años. Por otro lado, el mandatario ruso y el heredero saudí, Mohamed bin Salmán, mantuvieron una reunión en el marco de la OPEP tras la pasada visita de Joe Biden al país árabe. Por su parte, Xi Jinping fue invitado a Riad el pasado diciembre.
Todos estos movimientos demuestran que el contexto pospandemia y la guerra de Ucrania han propiciado cambios estratégicos en la región con dos actores claves: uno, Rusia, cuya experiencia es notable, y otro, China, cuyo papel es todavía una incógnita, pero cada vez más activa en el mundo. Lo que parece claro es que, mientras Putin marca perfil a través del conflicto en Ucrania, los avances en diplomacia tienen como protagonista a Xi Jinping. Es el único líder con capacidad de acelerar y de ralentizar los tiempos. En definitiva, es el árbitro de la política internacional y tanto Arabia como Irán y Rusia lo entienden así. A esto hay que sumarle la última apuesta de China y Rusia en el marco del último encuentro entre Xi y Putin: comercializar en rublos y yuanes. Esto significa que la hegemonía del dólar está en peligro, más ante la posible amenaza de los ‘petroyuanes’: recordemos que desde 1970 el dólar era la moneda hegemónica de las transiciones energética. A futuro, está por ver si la UE también lo hará. Para ello, la próxima visita a China de Pedro Sánchez, será muy reveladora, ya que España ocupará la presidencia del Consejo de la Unión Europea.
Es evidente que tras haber mediado entre ambos países China busca una región estable, especialmente, entre sus dos socios energéticos: China es el primer socio en clave energética. Por su parte, Irán y Arabia Saudí necesitan de estabilidad interna. Por un lado, tras más de seis meses de protestas, el régimen iraní necesita recuperar la normalidad diplomática. De esta forma, externaliza la política doméstica hacia el exterior: cuanta más actividad diplomática tenga el régimen, más legitimidad internacional recibirá. Así busca acabar con cualquier movimiento tanto fuera como dentro del país contra el statu quo interno. Volver a recuperar la iniciativa y el relato es una prioridad máxima para Teherán.
Por otro lado Mohamed bin Salmán necesita una dulce transición: rebajar tensiones con Irán, normalizar sus relaciones con Turquía y Siria y, por último, avanzar con su Visión 2030. En definitiva, presentarse ante el mundo como un líder pragmático sin tabús. Con este acercamiento lanza un aviso a EEUU e Israel: Arabia Saudí será participe en la región a través del diálogo de forma independiente tanto con Irán como con Rusia. También es un mensaje para los países del Golfo Pérsico: Omán, Emiratos Árabes Unidos y Qatar. Todos ellos han liderado las mediaciones con Irán: Arabia Saudí quiere volver a protagonizar la diplomacia regional.
Es evidente que la voluntad importa, pero también cuentan otros factores. Está por ver cómo evolucionará el conflicto de Ucrania. También será importante conocer la aceptación a los 12 puntos chinos para resolver el conflicto y convertirse en el mediador de nuestro presente siglo: una especie de los 14 puntos del presidente Wilson en el marco de la Primera Guerra Mundial. La mediación de China será clave para otros conflictos regionales: el programa nuclear de Irán. La luna de miel entre Arabia Saudí e Irán la determinará China.
También habrá que seguir a otros factores distorsionadores: las próximas elecciones presidenciales de EEUU en 2024, ya que una hipotética vuelta de Donald Trump -impulsor de los Acuerdos de Abraham- podría volver a sacudir el tablero político con un aliado como Israel marcado por la polarización política y el personalismo de Benjamín Netanyahu. Por último, Irán. El régimen revolucionario iraní no ha cerrado sus tres crisis: la generacional, política y económica. La primera es vital ya que la media de edad se sitúa en torno a los 32 años. La política, por la incertidumbre sobre la sucesión del líder supremo. La económica, por la galopante inflación que afecta a las clases medias y más bajas. Sin olvidar la brecha entre régimen-población, más tras la feroz represión del régimen a las protestas. La causa contra el régimen ha unido a generaciones dentro de Irán y la población se encamina hacia una desobediencia civil. Son muchos los frentes abiertos. Como siempre, Oriente marcará gran parte de la agenda internacional.
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