Lo primero que me llamó la atención al ver a este joven es su gran sonrisa cálida y sus agudos ojos negros. Con su largo cabello negro rizado, Mohamed, de solo 23 años, parece un alma vieja que escapó de Woodstock para aterrizar en Hassakah, la región kurda en el norte de Siria. Rodeado de sus tres pájaros Tweety, Pinko, Eddy cuyo nombre es un homenaje al cantante británico Ed Sheeran, Mohamed es un alma gentil que está en constante conflicto con su madre con quien vive ya que ella le prohíbe traer animales a casa y él realmente quiere pareja de perros y gatos.
Con mucha inocencia, me muestra fotos de él cargando mascotas recordando los nombres de cada una. Por mucho que su comportamiento infantil me divirtiera, tuve que recomponerme para recordarme que necesitamos comenzar la entrevista.
Hablando de su amor por la música, Mohamed me dice que comenzó cuando comenzó a tocar el Saz, que es un laúd de cuello largo que se usa principalmente en Kurdistán y Turquía.
No tuvo tiempo en ese entonces para aprender el solfeo porque estaba ocupado con sus estudios académicos. Una vez que terminó la escuela secundaria, decidió llevar su amor por la música más allá y fue al Instituto de Música de Mesopotamia donde encontró en un rincón un clarinete que nadie quiere tocar.
“Era como si dijera mi nombre así que lo agarré con delicadeza y comencé a mirar con intriga este instrumento que me parecía indeseable”, dijo Mohamed. Los días siguientes, Mohamed comenzó a mirar videos de YouTube para aprender más sobre el clarinete y descubrió al músico turco Husnu y se enamoró de su música.
También comenzó a seguir al músico de clarinete jordano, Ghassan Abou Haltam, y quedó hipnotizado por la forma en que ambos músicos agregaban melodías orientales a este instrumento extranjero.
“Lo que más me gusta del clarinete es que puedo llevarlo conmigo a cualquier lugar, especialmente en la naturaleza o en los tejados, donde puedo tocar de noche y escuchar el eco de mi interpretación”, agregó Mohamed.
Mientras hablábamos, aviones militares ruidosos interrumpían nuestra conversación, Mohamed me dijo que el silencio es un lujo y que no ve la hora de escapar de su tierra natal donde se escuchan constantes disparos de rifles. Siempre que hay silencio Mohamed aprovecha el momento para escuchar su música interior canalizada desde su alma, tocando el clarinete con sus labios y regalando con su respiración melodía al mundo. Uno de los sueños de Mohamed es poder algún día tocar en una orquesta, pero es plenamente consciente de que las condiciones de su vida en Siria son duras.
“Necesito ganarme la vida y trabajar duro por eso no puedo dedicar todo mi tiempo a la música por lo que es muy difícil llevar mi sueño a un nivel más profesional”, me dice con algo de amargura en la voz. Agregando: “De todos modos, no hay un maestro de clarinete donde vivo y tampoco hay nadie que pueda hacer el mantenimiento de mi instrumento. Envié mi clarinete a Damas para que alguien lo arreglara y pagué mucho dinero pero me lo devolvió en mucho peor estado”.
Mohamed sueña con viajar, para él es imposible donde vive que crezcan artistas como él pero también para personas que quieren cosas diferentes en la vida. “Aunque tenga que arriesgar mi vida tomando uno de esos barcos, quiero viajar porque quiero superarme pero por ahora perdí la pasión por tocar el clarinete y hace tres semanas que no toco por mi
situación”, dijo Mohamed entre sollozos. Tuve que interrumpir la entrevista y rogarle que no perdiera la esperanza y siguiera con su música pero, de nuevo, su frustración es completamente legítima y ninguna palabra puede servir de consuelo.
Al final, Mohamed dirigió un mensaje a los lectores de The New Middle East y en especial a los que tienen su edad y viven en su región, con mucha inocencia y buenas intenciones les pidió que se amaran los unos a los otros.
Concluyendo que tengo 23 años y no sabía nada más que la guerra. Ahora es el momento de romper el ciclo y aprender a aceptarse y tolerarse unos a otros. Me mira y dice que el amor gana, yo le devuelvo la sonrisa y repito que el amor gana.
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