una puerta al mundo
Shanasheel es el nombre que reciben las casas tradicionales en Iraq. Aunque en Bagdad ya quedan pocas, en Basora aún se pueden encontrar en mayor cantidad y mejor conservadas. Junto a un canal no muy limpio, estas casas de barro, aunque algunas parecen auténticos palacios, se erigen formando estrechos callejones en una zona a la que los recién llegados turistas llaman la Venecia de Oriente Medio.
“Escogí este lugar porque es donde las antiguas familias y las familias importantes de Basora solían vivir”, comienza Sheikh Sadiq antes de enumerar una decena de apellidos sobre el sonido incesante de su teléfono recibiendo llamadas.
Desde los años 80, Sheikh Sadiq colecciona objetos pequeños como dagas o rosarios (masabih). “Yo soy un chico de ciudad, mi familia es de Basora, mi clan es de aquí también así que nunca he sentido que los objetos pudieran sufrir ningún daño intencionado”. La guerra contra Irán, la invasión de Kuwait, la de los EEUU, la lucha contra el Estado Islámico y la guerra civil son los conflictos que Sheikh Sadiq ha vivido y durante los que sin embargo no ha parado de adquirir nuevos objetos cada vez más eclécticos.
Al principio era una cuestión de ocio, después vino su primera exhibición en el Palacio de Cultura y poco a poco se fue convirtiendo en un negocio hasta que por fin, en 2016, abrió su propio museo repleto de objetos extraños. Desde un escudo mongol hasta un espejo de plata de la dinastía Kayar de Irán, todos entre las paredes del Museo Al-Hasun.
Algunos de los objetos están escondidos, como los rosarios más valiosos y las pistolas de oro. Pero sin embargo, cualquiera que vaya es libre de tocar cualquier cosa que quiera y juguetear con las antigüedades para sus tiktoks.
El museo no cuenta con ninguna financiación por parte del Estado
La mayor parte de los museos en Iraq abren sus puertas únicamente durante las mañanas de los días laborables. Los fines de semana están cerrados y los iraquíes rara vez los visitan. Otros directamente están cerrados al público y solamente se puede acceder con una autorización previa que requiere un motivo de peso.
Algo parecido ocurre con los teatros, en los que parece que la programación se improvisa a pocos días vista y que ofrecen esporádicos espectáculos de cuyas fechas es casi imposible enterarse.
Pero no importa a la hora a la que uno llame a la puerta, en el Museo Al-Hasun siempre hay alguien para recibir a los curiosos y ofrecerles un tour gratuito por el museo al que no se puede decir que no. A veces es también difícil rechazar las constantes invitaciones de su dueño: desayuno, comida, cena, un paseo por la ciudad de Basora… todo incluido hasta un punto que para los que no están acostumbrados a la hospitalidad árabe puede resultar abrumador.
"Quiero mostrar lo que era este país: un país culto y desarrollado”
A uno le da la sensación de que cuando un extraño cruza esa puerta de madera oscura lo único que hace es recibir regalos. Sin embargo, el museo no cuenta con ninguna financiación por parte del Estado. “El restaurante funciona y yo pago”, dice el Sheikh hablando de su negocio paralelo con el que financia el museo. “Quiero que los visitantes vean estas antigüedades y la ciudad en sí. Estas antigüedades de más de 200 años son de la gente de Basora. Quiero mostrar lo que era este país: un país culto y desarrollado”, asegura con un brillo especial en los ojos sentado en su salón de telas rojas y escopetas con un pequeño rosario verde en la mano.
“Ahora llevo este negocio con mi hijo Mohammed. Es el único hijo que me queda”, dice sin entrar en detalle tras indicarle al joven de veinte años dónde y cómo colocar un buey de bronce para su exhibición. Cuando Mohammed, que estudia literatura, vuelve de la cocina con una buena tetera llena de té muy oscuro, dice que él prefería hacer una ingeniería pero su padre le obligó a enfocarse en las humanidades. “Antes no me gustaba demasiado el museo pero después de pasar tanto tiempo aquí con mi padre le he cogido cariño a todas estas cosas”, dice mientras juguetea con la llave de su Mercedes.
El padre de Mohammed le obligó a enfocarse en las humanidades.
Precisamente por eso, en el Museo Al-Hasun no se vende nada. “Hay que conservar estos objetos. El dinero se va pero el valor de estas cosas dura para siempre”, palabras que suenan más a un filántropo con recursos que a un hombre de negocios. “Ojalá hubiera diez museos más como este. Estoy dispuesto a ayudar a cualquiera que tenga esa iniciativa”.
Es extraño pasar por el museo y no ver juntos a padre e hijo. El Sheikh ha adecentado incluso una habitación en la que quedarse si no le apetece volver a casa después de un día entero cuidando de sus reliquias. “El museo es mi casa. A veces vengo simplemente a relajarme aquí y paso un par de días. Cualquiera que venga está invitado a pasar la noche aquí”, asegura lanzando una de sus invitaciones inusualmente indirectas.
Desde hace unos meses Sheikh Sadiq había estado planeando abrir un restaurante dentro del museo en el que tanto la comida como la manera de servirla exclusivamente tradicionales. Ahora ya funciona. Además, el museo acoge de vez en cuando veladas a las que asisten los turistas para escuchar la música de las bandas tradicionales iraquíes (khashabe). El dueño de este museo está dispuesto a ofrecer todo lo necesario para que aquellos que lo visiten vean y experimenten en la medida de lo posible cómo era antes la vida de sus antepasados: según él “simple pero con paz mental”.
Sheikh Sadiq dice que Basora es una ciudad conectada con el mundo porque tiene puerto. De alguna forma, él mismo está siguiendo inconscientemente la naturaleza de esta tierra sureña y su museo podría ser el puerto que pueda conectar al mundo con un país que ha abierto sus puertas al turismo hace muy poco y después de casi cuatro décadas de conflicto sin descanso.
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