Entre las montañas del Kurdistán iraquí hay un pequeño pueblo, de tan solo unas pocas hectáreas, donde no se ve a una sola persona.
En Sola, a una hora de la ciudad de Suleimaniya, no hay más que algunos edificios pero hay uno que destaca entere ellos por sus cúpulas verdes. Es un santuario peculiar. El silencio es tal que lo único que se oye es el viento frotando las ventanas.
En el santuario de Sola está enterrado el linaje de los Solei, una orden sufí diferente a las otras. “Llevamos un turbante rojo para destacar entre la multitud, para que la gente nos mire y nos veamos forzados a luchar contra nuestro ego”, dice Sheikh Mansur, el maestro espiritual de la orden.
Lo normal es que los discípulos visiten a su maestro de vez en cuando pero, de nuevo, esta familia de turbante rojo cambia las normas. Sheikh Mansur, que es un hombre extremadamente silencioso y calmado, vive en una casa de varias plantas con algunos de sus seguidores, todos hombres.
La casa no tiene apenas muebles y por las noches duermen todos juntos en el suelo del salón sobre unas colchonetas que acercan al radiador cuando hace frío. Se acuestan tarde y no se levantan antes de las once pero en cuanto el día comienza para ellos, no para.
Un chico turkmeno prepara la comida todos los días mientras Bulbul, un anciano iraní juega con el loro que tienen en la casa. A veces, su madre, que vive en el piso de abajo, sube a saludar.
Saeid es el discípulo predilecto de Sheikh Mansur, tiene 29 años y su historia jedai-padawan con Sheikh Mansur es más parecida a un La La Land que a un Star Wars. “Mi familia es parte de la orden en Irán pero yo no sentía que mi maestro allí fuera especialmente bueno para mí”, dice un poco incómodo. “Cuando Sheikh Mansur vino a visitar a sus seguidores en Irán yo me quedé mirándole y él me miraba de vez en cuando. Pensaba: ¿cómo puedo conseguir su número de teléfono?”.
Finalmente Saeid lo consiguió. “Yo tenía 18 años. Sheikh Mansur volvió a Suleimaniya y yo me quedé allí. Pero venía a visitarnos de vez en cuando. Una vez vino a Terán y pasamos unos días paseando y hablando de nuestras cosas”. Su típica sonrisa ladeada empieza a aparecer mientras juega nervioso con los pulgares.
Sheikh Mansur llamó a la familia de Saeid en Terán para proponerles que se mudara con él a Suleimaniya, donde podría continuar sus estudios en la Universidad Americana. Su hermano pequeño, Parsa, ha seguido el ejemplo.
La orden Solei o Sola tiene seguidores en otros países también aunque son pocos en comparación con otras órdenes sufíes. También en Suleimaniya, la orden Kasnazani tiene la sede más grande del país.
Su maestro, Sheikh Nehru, es familiar de Sheikh Mansur aunque a este le cueste reconocerlo. Es un hombre serio que puede resultar incluso tenebroso. Su red se extiende por unos 60 países de todo el mundo y en ocasiones se prioriza la estrategia de expansión al desarrollo espiritual de sus seguidores.
A Sheikh Mansur, como a otros tantos maestros sufíes, no le gusta demasiado hablar del tema y solo después de un largo silencio por fin suspira y niega con la cabeza. El gesto de Saeid tampoco es amigable. No hay nada que decir.
“En nuestra orden, si un discípulo no siente que el maestro es lo suficientemente bueno para él, puede simplemente abandonarla”, dice Saeid. Esto es algo que no ocurre en muchas otras donde la relación que se establece entre maestro y discípulo es un ejemplo de juego de poder.
Para ciertas ramas del islam, la relación de un maestro con su discípulo puede ser considerada un claro ejemplo de idolatría, lo que choca con la idea de un solo dios.
“Generalmente, los sufíes parecen menos estrictos en cuanto a la aplicación de las enseñanzas del islam y más abiertos en términos sociales”, dice Raed el-Hamid, investigador de grupos armados que trabaja para el Centro Iraquí para Futuros Estudios y sigue muy de cerca las tendencias religiosas del país.
“Los salafíes, en cambio, intentan implementar estas enseñanzas de manera estricta. Creen que el sufismo no es una práctica islámica sólida y que los sufíes se han desviado al santificar y visitar las tumbas de musulmanes justos para lograr cosas que son exclusivas de Dios”.
La orden Kasnazani es la más grande de todo Iraq y a menudo tiene un papel de peso en la política regional. En 2019, Sheikh Nehru, que asegura haber trabajado para la CIA, viajó a Nueva York, donde se alojó en el Trump International Hotel durante 26 noches, la estancia más larga del año si no de la historia del hotel.
A el-Hamid no le sorprende demasiado. “Después del año 2000 surgieron tendencias sufíes que recibieron apoyo de los Estados Unidos y otros países occidentales. Creen que los sufíes son personas pacíficas, alejadas del extremismo y el terrorismo. Los think-tank occidentales los denominan ‘musulmanes moderados’ que se conforman con realizar rituales religiosos en casas y mezquitas sin desempeñar un papel en las sociedades islámicas”.
Cuatro meses antes, Sheikh Nehru Kasnazan había escrito una carta al Secretario de Estado, Mike Pompeo, y al Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, solicitando un refuerzo de las alianzas con aquellos interesados en derrocar al régimen iraní.
Entre las ambiciones del Sheikh está la de convertirse en presidente de Iraq. Su hermano, Gandhi, ya es miembro del parlamento kurdo mientras en las calles se expande la perspectiva salafí.
“La ironía es que en la década de los 70, EEUU apoyó a los grupos salafíes en la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán, lo que llevó al surgimiento de Al-Qaeda”, añade el-Hamid.
Mientras Nehru hace de las suyas, sus seguidores lo veneran ciegamente y la lluvia da pequeños golpecitos contra los cristales, Sheikh Mansur pela una mandarina sentado en una butaca gris. Lleva una red roja que recoge su pelo y unas zapatillas de lana que dan una sensación acogedora.
“¿Por qué no te casas?”, pregunta Saeid. “¿Por qué no te casas tú?”. De nuevo, aparece la sonrisa ladeada seguida de “cuando Sheikh Mansur se case quizá yo piense en eso”.
A las afueras de la ciudad, maestro y discípulo tienen un almacén donde guardan los productos que distribuyen todos los días entre los supermercados de Suleimaniya . Saeid tiene que irse a trabajar. Cierra la puerta y de nuevo solo queda el silencio del viento contra los muros de la casa y las pepitas de mandarina cayendo sobre el plato.
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