Quizá la guerra sea el problema más evidente de Iraq y aunque ya ha terminado, sus efectos no han dejado de obstaculizar la vida de sus habitantes. Algunos de ellos recuerdan todavía un Iraq “mejor” pero sus memorias se desvanecen lentamente y nadie parece querer retenerlas.
Desde que comenzó la primera contienda, en 1988, hasta la caída del Estado Islámico en 2016, la población iraquí ha aumentado en casi 21 millones de habitantes. Aquellos que nacieron en esos años han crecido en uno de esos contextos bélicos donde la violencia y el sectarismo se convierte en algo más normal que tocar el interruptor del salón y que se encienda la luz. Sin embargo, aún quedan algunos testigos del tesoro de Iraq, esos tiempos en los que el país de los dos ríos era un ejemplo para el resto de las naciones árabes.
Su padre comenzó a coleccionar periódicos antiguos hace más de ocho décadas.
En la pequeña localidad de Shatra, en el sur del país, Ghasan Shalash, de 76 años, abre la puerta principal, adornada con una cabeza seca de pez para prevenir el mal de ojo. Su padre comenzó a coleccionar periódicos antiguos hace más de ocho décadas. Hoy Ghasan conserva ejemplares del periodo otomano y de cuando Iraq era aún un reino. “El rey Ghazi vino a darme un beso”, dice mientras imita un gesto militar con cierta clase.
De entre los cientos de documentos que Ghasan guarda en la pequeña habitación de su casa saca un par de libros escritos a mano por él mismo. Uno de ellos es una recopilación de datos de todo tipo sobre el mundillo deportivo de la localidad. Jugadores, fechas, estrategias de juego… una muestra de la fuerte pasión que este hombre ex jugador de baloncesto y entrenador de fútbol siente por el deporte.
Entre sus álbumes de fotos se pueden ver fotografías suyas encestando la pelota que aún conserva junto con sus medallas pero también otras del tiempo en que ejerció como enfermero especializado en quemaduras. Ahora Ghasan ya no es empleado público pero sigue atendiendo pacientes en su casa de vez en cuando.
Pegado a la pared hay un curioso reloj casero de cartón rojo. En lugar de números tiene escritas diferentes actividades que Ghasan solía hacer cada día. “Ajusto las manecillas según lo que vaya a hacer en cada momento. Así, si viene alguien y yo no estoy, quien abra la puerta puede saber lo que estoy haciendo”.
“Había más judíos en Iraq que hoy en día en Israel”
Sin embargo, el tesoro de Ghasan ya sufrió una tragedia cuando el techo de la habitación se hundió llenando de agua el sótano donde tenía almacenados cientos de objetos que quedaron sepultados. “Todo estaba lleno de agua y era imposible sacar nada así que decidí cubrirlo renovar esta habitación”, dice mientras da vueltas sobre sí mismo siguiendo un antiguo vídeo de la habitación en su teléfono.
Varias universidades le han pedido que ceda su archivo pero Ghasan se niega. “Podría donarlo al Palacio de Cultura pero no serían capaces de protegerlo y las mafias terminarían robándolo”.
“De mis ocho hijos ninguno está interesado en el archivo, así que no sé qué va a ser de él”. “Las nuevas generaciones no aprecian esto. Antes yo escuchaba la música de Beethoven en la radio durante horas y tenía amigos judíos con los que sigo en contacto por Facebook. Ahora los chavales solo quieren fumar y darse golpes en el pecho [acorde con la tradición chií]”, dice con una sonrisa triste.
De acuerdo con el historiador Ali al-Nashmi, hubo un momento en “había más judíos en Iraq que hoy en día en Israel”. “La última familia judía de Shatra emigró en 1973”, continúa Ghasan nostálgico.
A pocos metros del archivo de Ghasan, en un rincón del mercado antiguo, Haji Baqer observa a los posibles compradores desde el suelo junto a varios pares de sandalias recién hechas.
Él no heredó la profesión de su padre. “Esta profesión la empecé yo y me parece que la terminaré yo también. Mi familia no quiere saber nada de esto pero todavía vienen algunas personas a comprarme sandalias”, dice mirando al infinito. Su humilde puestecillo se encuentra bajo el arco más antiguo del mercado, uno de los pocos restos otomanos de la ciudad. “¡Oh!”, dice mientras abre boca y ojos a la par, “aquí había una cúpula”.
“De todos los libros que tengo, no hay ninguno sobre política ni religión”
A pesar de la guerra Haji Baqer nunca dejó la ciudad. Tiene 84 años, es el hombre de mayor edad en Shatra y de nuevo expande la cara con sorpresa cuando alguien le pregunta por cómo ha cambiado el paisaje. “Todo era mejor antes. Recuerdo cuando los cristianos vendían las telas aquí al peso en vez de por metros”. “No sé”, añade pensando en el futuro al que las nuevas generaciones llevan al país.
“Parece que los jóvenes están obsesionados con Irán y lo que los iraníes hacen ahora en nuestro país”. “De todos los libros que tengo, no hay ninguno sobre política ni religión”, dice Ghasan con una risa nerviosa.
Unos guardan sus recuerdos entre periódicos amarillentos y pilas de libros y fotografías. Otros los guardan tras unos ojos vidriosos que se abren con ilusión cada vez que rememoran el pasado. En cualquier caso, dentro de unos pocos años, lo únicos recuerdos vivos que quedarán son los de aquellos que nacieron y crecieron sin ver el oro iraquí y que, aunque hayan oído hablar de él, siempre lo verán más como una leyenda que como una parte de su propia identidad, ya empañada por las secuelas de la guerra.
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